lunes, setiembre 11, 2006

Manolo vs. Miguel

Caminando una noche de tantas por Miraflores, buscando como es costumbre un lugar para comer, llegamos a "Manolo"; así es, el local donde venden churros.
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Entramos, nos sentamos y esperamos a que el mozo se acercara. Hasta ese momento mi distracción sólo me llevaba a observar a un grupito de señoronas muy arregladas, con manos de nunca haber lavado ropa, ni arrugas de preocupación, sentadas al fondo del local. Pocos minutos más tarde, el mozo me saca abruptamente de mi concentración con una mala noticia: la carta.
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Yo había comido en "Manolo" en anteriores ocasiones con mi familia y nunca me percaté, hasta ese momento, que era un insulto a la pobreza. Pero, ya estaba ahí, sentado y leyendo la lista de precios, mientras que Jennifer- mi enamorada- hacía lo mismo. Como nuestra intención no era otra que comer algo, y no celebrar una ocasión especial, no llevábamos tanto dinero como en ese momento necesitábamos. Así que riéndonos llamamos al mozo. Ella se pidió un milkshake y yo una combinación perfilbajeada de churros y chocolate.
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La verdad, la combinación que yo pedí no era para nada lo que yo me esperaba según el precio y el lugar. Los churros no tenían relleno y el chocolate era practicamente un muss, que sólo lo podía llegar a terminar si fuera una suerte de winnie pooh contemporáneo.
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Más o menos al quinto churro, llegaron 2 parejas incautas de jóvenes con pinta de universitarios. Al parecer habían llegado a ese lugar por el mismo motivo que nosotros: por pura mala suerte. Las chicas estaban despreocupadas, mientras los chicos se miraban sorprendidos y desesperados. Aún después de 5 eternos minutos no lograban entender qué diablos hacían ahí. Por un momento pensé que serían un tanto más valientes que nosotros, pues comenzaron a darse ánimo a si mismos para pararse y salir con la frente en alto sin importar el qué dirán. Sin embargo, el valor no les fue suficiente.
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Mientras ellos exigían sus mentes al máximo para hacer el pedido más efectivo si tanto efectivo, yo seguía luchando contra mi taza de muss, jennifer seguía tomando su milkshake de fresa a cuentagotas y las señoronas hablando huevadas.

Dos horas más tarde nos podían encontrar en "Miguel" comiendo un gigantezco plato de salchipapas superespecial.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué sería de esos "fichos" lugares sin personas tímidas como nosotros? sin universitarios despistados? Creo q no serían mucho ni parecerían tan elegantes y las señoronas no tendrían donde hablar huevadas...