sábado, julio 29, 2006

Feliz 28

La primera muestra involuntaria del carácter del abuelo fue su llegada a las ocho en punto de la mañana al lugar donde previamente habíamos acordado encontrarnos. Yo había llegado cinco minutos antes por temor a llegar tarde; pero, "a las 8 en punto era la cita, ni antes ni después, esa es la cosa", señaló.

Éramos tres: "El Comandante", mi abuelo y yo, en un auto con lunas polarizadas; dirigiéndonos a un evento, que para mí era más como una aventura. Llegamos rápidamente al Centro de Lima con el "Comandante" al volante.

Al estar muy cerca de nuestro destino, se nos presentó la primera prueba de la mañana: un cordón policial lleno de motocicletas y mujeres policías al teléfono. Nos detuvieron por un segundo, tiempo suficiente para que me resignase a dar media vuelta y regresar, pero una mirada cargada de poderes hipnóticos del abuelo a la policía que osó interponerse, logró que pasaramos sin problemas. Dos minutos más tarde apareció derrepente una nueva prueba: un redoblado cordón policial, con acceso aún más restringido, el doble de motocicletas y camionetas resguardadas por policías con caras de ningún amigo. Esta vez, la hipnosis no sirvió. Las dudas no tardaron en asomarse y la expectativa desbordaba. De pronto, mi abuelo sacó un as bajo la manga, o mejor dicho, un carné de la billetera. Después de leerlo, "Buenos días señor, pase por favor", dijo el policía esbozando una sonrisa ligera, mientras yo esbozaba la mía desde el asiento trasero del auto.

Nos estacionamos y decidimos esperar, era aún muy temprano para ir caminando por ahí como un "pelotudo" (una de las palabras favoritas del abuelo). La ceremonia comenzaba a las nueve y media de la mañana. Yo seguía a la expectativa, no tenía ni idea de cómo iba a lograr entrar, no tenía invitación, no tenía cara conocida y mucho menos poder en ese lugar. Sabía que si algo fallaba lo único que tendría que hacer era salir caminando con la frente en alto, tomar un taxi, volver a mi casa y seguir durmiendo.
No tardó mucho para que un policía se acercara a pedir que estacionaramos el auto en otro lado porque era un área restringida. Esta vez, le tocaba al "Comandante". "Vaya a hacer su trabajo, usted sabe coómo es su gente" arguyó mi abuelo. Nosotros nos quedamos dentro del auto esperando nuevas noticias.

A los pocos minutos, veía a media distancia a nuestro "Comandante" haciendo migas con distintas personalidades, conversando, riendo, saludando de mano a cuanta autoridad policiaca se acercaba. Al parecer, el único sin poderes era yo. Luego, regresó "El Comandante" con actitud airosa y nos dijo que no había problema, que podíamos pasar.

Era el momento de la verdad, salimos del auto, le alcancé el saco al abuelo y nos dirigimos a la entrada final del Congreso. Al principio todo parecía estar bajo control, hasta que me separé sólo dos pasos del abuelo y fue cuando alguien preguntó por mi invitación. "Bueno, hasta aqui llegué", pensé. Mi abuelo ya estaba a una distancia en la que era inadecuado gritar para pasarle la voz. Milagrosamente, volteó para decirme algo y al ver que no estaba a su lado, regresó en un santiamén agitando una invitación en su mano diciendo que era la mía, cuando los dos bien sabíamos que era la de él, aunque él no la haya necesitado ni por un segundo (hasta ese momento).

Entramos.

Ni bien comencé a subir los escalones el abuelo me dijo que debíamos tener cuidado, porque aunque uno no se diera cuenta, las cámaras te estaban mirando y sería muy deshonroso si nos ven por televisión hurgándonos la nariz. Un minuto más tarde, mi padre llama con voz inflada de orgullo para decirme que acababa de vernos subiendo las escaleras por televisión.

Mientras buscábamos una buena ubicación, pasamos por donde estaba colgada una pintura de mi abuelo con una banda blanca y roja. Nos deteníamos en todo momento para saludar o ser saludados, aunque, hablar en plural en esta ocasión me convierte en un mentiroso. Una mujer muy agradable a la que ya había saludado mi abuelo minutos antes, regresó para tomarlo de la mano y llevarlo, conmigo de cola, a nuestras ubicaciones. Poco más tarde, supe que esa amable mujer era una recién electa congresista. Pues bien, nos ubicamos en lugares con una vista envidiable, y apenas lo hicimos, no se hicieron esperar las pasadas de voz: "¡Lucho!", "¡Compañero Lucho!", los saludos, las palmaditas en la espalda, las sonrisas, las felicitaciones y las señas de éxito. Hice mi parte tímidamente, conociendo a algunos personajes que se sentaron a mi lado, haciendo comentarios, preguntas y más que todo, asintiendo a la mayoría de cosas que me decían. Escuchamos los discursos, nos burlamos de uno, aplaudimos el otro y se acabó.

Antes de salir, mientras decidiamos si ibamos a Palacio, brindamos con ponche y biscotelas, conocí a Luciana León y seguí brindando con una copa más.


Al final, optamos por irnos a casa, mi abuelo me había dado la oportunidad de elegir a mí si seguíamos con la visita a Palacio o nos ibamos, aunque él prefería irse ya que no le agradan mucho esos momentos donde las relaciones públicas son el principal objetivo.

La verdad la pasé bien en todo momento, y no por la ceremonia, sino porque fue bueno compartir con una gran persona, desde las ocho en punto de la mañana hasta el final del día. En pocas palabras, me sentí orgulloso de ser nieto.

Pd:
Abuelo: Luis Alvarado Contreras. Ex Presidente de la Cámara de Diputados y del Congreso. Fue deshabilitado en el Golpe de Estado de Fujimori el 05 de Abril de 1992. Aprista. Automovilista. Abogado. Y, sobre todo, abuelo.

1 comentario:

Marea dijo...

Bueno el APRA volvió, bien por tu abuelo.